El día en que el Rey Lagarto se devoró a sí mismo
La partida prematura de Jim Morrison, a los 27 años, fue vista como el fin de una era, el último adiós a un poeta maldito que vivió y murió bajo sus propias reglas
El 3 de julio de 1971, el mundo del rock perdió a una de sus figuras más enigmáticas y carismáticas: Jim Morrison. El líder de The Doors fue hallado muerto en la bañera de su apartamento en París, Francia, a la edad de 27 años. Morrison, conocido como el «Rey Lagarto», dejó una marca indeleble en la música con su voz profunda y letras poéticas, reflejo de su espíritu rebelde y atormentado.
La noticia de la muerte de Morrison cayó como una bomba entre sus seguidores y en la comunidad musical. En pleno apogeo de la contracultura de los años 60 y 70, Jim Morrison se convirtió en un ícono, no solo por su música, sino también por su vida llena de excesos, controversias y una actitud desafiante ante la autoridad. Su partida prematura fue vista como el fin de una era, el último adiós a un poeta maldito que vivió y murió bajo sus propias reglas.
Jim Morrison nació el 8 de diciembre de 1943 en Melbourne, Florida. Desde muy joven mostró un interés profundo por la literatura y la poesía, influencias que se reflejarían en su trabajo con The Doors. Formó la banda en 1965 junto con Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore. Su música, una mezcla de rock, blues y psicodelia, rápidamente capturó la imaginación de una generación que buscaba algo más que simples canciones pop.
La figura de Morrison sobre el escenario era magnética. Sus actuaciones eran más que simples conciertos; eran experiencias sensoriales que desafiaban las convenciones. Con su voz grave y su presencia teatral, Morrison se convirtió en un chamán del rock, llevando a sus audiencias a través de viajes psicodélicos con cada actuación. Sin embargo, su estilo de vida desenfrenado comenzó a pasarle factura.
El ascenso meteórico de The Doors vino acompañado de un aumento en el consumo de alcohol y drogas por parte de Morrison. Sus problemas con la ley y su comportamiento errático se convirtieron en parte de su leyenda. En 1969, fue arrestado en Miami por presuntamente exponerse durante un concierto, un incidente que desencadenó una serie de problemas legales que afectaron su carrera y su estado emocional.
Para 1971, Morrison decidió trasladarse a París en busca de un respiro de la intensa vida pública y los problemas legales en Estados Unidos. Buscaba inspiración y tranquilidad en la Ciudad de la Luz, un lugar que siempre había admirado por su rica historia artística y literaria. Pero París también se convirtió en el escenario de su trágico final.
La mañana del 3 de julio, Pamela Courson, su compañera sentimental, encontró a Morrison sin vida en la bañera de su habitación. La causa oficial de la muerte fue un paro cardíaco, aunque no se realizó una autopsia, lo que generó especulaciones y teorías conspirativas que persisten hasta hoy. Algunos sugieren que fue una sobredosis de drogas, mientras que otros insinúan que su muerte fue fingida y que Morrison sigue vivo en algún lugar, una fantasía alimentada por su personalidad misteriosa.
El entierro de Jim Morrison en el cementerio Père-Lachaise de París atrajo a miles de fanáticos. Su tumba se convirtió en un lugar de peregrinación, un santuario para los seguidores del rock y los curiosos. El epitafio en su lápida, que reza «James Douglas Morrison, 1943-1971, Kata Ton Daimona Eaytoy» (Que en griego significa «Fiel a su propio espíritu»), encapsula la esencia de un hombre que vivió sin compromisos y cuyo legado continúa influyendo a nuevas generaciones.
Morrison se unió al tristemente célebre «Club de los 27», una lista de músicos talentosos que fallecieron a esa edad, como Jimi Hendrix, Janis Joplin y, más recientemente, Kurt Cobain y Amy Winehouse. Esta coincidencia ha llevado a muchos a reflexionar sobre la naturaleza destructiva de la fama y el impacto que tiene en las almas sensibles y creativas.